Cualquiera de nuestras abuelas nos diría: “no gastes más de lo que tienes, punto”. Un principio tan básico que es difícilmente cuestionable. Esto es exactamente lo que ha ocurrido el pasado 22 de agosto, fecha en la que se produjo el “Día del sobregiro de la Tierra”, el día en que la humanidad consumió el presupuesto ecológico que teníamos para todo el año, es decir, hemos producido más deforestación, erosión de suelo, pérdida de biodiversidad o acumulación de dióxido de carbono en la atmósfera de la que podemos regenerar.  

El Día del Sobregiro de la Tierra 2020 tuvo un retraso de solo 3 semanas con respecto al 2019, a pesar de la abrupta desaceleración de las actividades económicas, de comercio y transporte. Naciones Unidas proyecta que en 2050 la población aumentará en 2,000 millones de personas, hasta llegar a 9,000 millones, y necesitaremos una producción de 70% más de alimento.

El cambio climático y sus devastadoras consecuencias son motivo de huaicos, sequías y mucho sufrimiento. Las fórmulas más conocidas para mitigar sus efectos pasan por el uso de tecnologías limpias, la mejor planificación urbanística, la conservación de los bosques y los cultivos más orgánicos. Sin embargo, pasamos por alto otra de las formas más efectivas de abordarlo: la educación de las niñas.

La acción de la mujer en el ámbito rural es fundamental para implementar las medidas de mitigación necesarias para ganar días al sobregiro de la Tierra. El Perú fue el primer país de Sudamérica en elaborar un Plan de Acción de Género y Cambio Climático en 2016, sin embargo, nos quedamos atrás en su implementación. En el plan se determinan acciones específicas para contribuir a la igualdad de género en las áreas de bosques, recursos hídricos, energía, seguridad alimentaria, residuos sólidos, salud, educación y gestión del riego.

En las comunidades analizadas en el Perú, se levantaron evidencias de que las desigualdades de género aumentan los efectos del cambio climático sobre las mujeres: limitaciones para acceder a los recursos económicos productivos, dependencia del agua, leña, cultivos y otros recursos naturales básicos para mantener a la familia; menos acceso a crédito y capital de trabajo; menor escolarización, acceso a información y capacitación y, muy importante, limitado acceso a la toma de decisiones dentro de sus comunidades.

Según el estudio Hogares en los que cocinan con combustibles contaminantes del INEI, en 2017 aún el 70% de los hogares rurales peruanos, y el 7% de los urbanos, cocinan con combustibles contaminantes, leña principalmente, que no solo generan altos índices de gases efecto invernadero, sino que además promueven la deforestación y provocan enfermedades y accidentes domésticos. Cada año, 4 millones de personas en el mundo mueren prematuramente por enfermedades atribuibles a la contaminación del aire de los hogares como consecuencia del uso de biomasa para cocinar.

El cambio climático implica escasez de recursos, lo cual afecta especialmente a las mujeres en en el campo, donde son las principales agricultoras y recolectoras de leña, agua y otros recursos naturales para la alimentación de sus familias. Es también un problema presente en áreas urbanas periféricas, como asentamientos y pueblos jóvenes donde no llegan los servicios básicos. Invertir en el acceso a combustibles limpios y seguros, agua y saneamiento, mitigaría el cambio climático, pero también facilitaría que las niñas dispongan de más tiempo para educarse. Menos leña y más libros para nuestras niñas.


(Foto: BID)