Vivimos en una sociedad en donde sigue siendo difícil ser mujer. La desigualdad salarial es una realidad, que se refleja en el hecho de que un hombre gana entre 10% y 30% más que una mujer por hacer exactamente el mismo trabajo. También en el así llamado techo de cristal, expresión que nació hace 40 años para describir las trabas culturales que se imponen a la mujer para progresar en su carrera, generando que hoy por hoy las mujeres sólo ocupemos un 25% de los puestos directivos.
No me gusta demasiado criticar al Estado, pues nunca he trabajado en él y admiro profundamente a los que se atreven a intentar cambiar sus muchas carencias desde adentro; pero sí me referiré al sector privado, al que conozco mejor. Son varias las iniciativas que las grandes empresas están tomando para adoptar políticas y buenas prácticas de género, invirtiendo recursos en disminuir la brecha salarial, ofrecer fórmulas de conciliación, monitorear que los procesos internos y externos no sean discriminatorios, e incluso, alguna audaz, se atreve a ofrecer capacitaciones en liderazgo femenino a sus mandos medios para que suban al siguiente nivel.
Sin embargo, en una economía con una sangrante tasa de informalidad del 73% (75% de mujeres), esos avances no penetran la epidermis nacional, creando un universo paralelo de mujeres invisibles, ajenas al progreso y a la igualdad de oportunidades.
¿Qué podemos hacer para que esas mujeres no se queden atrás? Es esa minoría que se encuentra en el sector formal la llamada a liderar el cambio. En eso la responsabilidad social puede jugar un papel importante: Incluyendo en su selección de proveedores pequeños negocios y pymes; estableciendo criterios de compra que prioricen a los emprendimientos femeninos; considerando en sus homologaciones el respeto a las mujeres y sus derechos como requisito indispensable. Con estas medidas, podremos ayudar al ecosistema emprendedor femenino a crecer y formalizarse.
Administradoras estratégicas sin acceso a financiamiento
De acuerdo con un estudio publicado por Global Entrepreneurship Monitor, las mujeres necesitamos menos dinero para arrancar un negocio. De hecho, el estudio realizado por investigadores de Babson College y Baruch College en 2015, determinó que en los Estados Unidos la cantidad promedio en el caso de las mujeres era de $10,000, la mitad de lo que un hombre necesita en el mismo punto de su emprendimiento.
Sin embargo, según el estudio de E&Y y Fomin de 2014, Liberando el Potencial de Crecimiento de las Emprendedoras en Latinoamérica y el Caribe, el primer reto al que se enfrentan las emprendedoras es la falta de financiamiento.
Al inicio de su emprendimiento, obtienen los fondos principalmente de sus ahorros y de recursos que de su familia y amigos. En fase de crecimiento, la falta de financiamiento ya no es una barrera tan importante para los emprendedores, pero sigue siéndolo para las emprendedoras. Esto se podría explicar por la mayor facilidad que tienen los hombres para acceder a contactos y redes de inversores. A ello debemos sumar que, en el Perú, sólo el 22% de las mujeres tiene una cuenta en el sistema financiero.
Mejor gestión del riesgo, miedo al fracaso
Contrario a lo que se suele afirmar, las mujeres que ocupan puestos importantes en la toma de decisiones de las empresas no “le temen al riesgo” según un estudio de Grant Thornton realizado en 36 países. Según María Castillo, socia de la firma, es que se toman el tiempo de considerar completamente el contexto y sus matices.
Sin embargo, el mayor obstáculo personal tiende hacer el miedo al fracaso. De hecho, el 21% de las encuestadas por E&Y y Fomin establecía esto como el principal obstáculo para las emprendedoras, sólo superado por el rol tradicional de la mujer.
La desigualdad es real, pero el cambio también
Pretender que la brecha no existe es irresponsable o cómplice. Pero contamos con más herramientas, más medios y más derechos que nunca para revertir esa situación. Pero ya hemos demostrado las habilidades y capacidad para dar la batalla, para construir un mundo más equitativo, hacer crecer a la sociedad sociedad en su conjunto y no a pedazos, y que las Mariana Costa, Natalie Agois, Laerke Skyum y Adriana Cachay ya no sean una excepción, sino la regla.
¡Si nos unimos, podemos!